10 de octubre de 2008

Travesía





Va en el tren como quien va al pasado. Los párpados apenas abiertos, los ojos apenas alertas. Aunque lee, el letargo es necesario para cruzar las barreras y los puentes que lo hacen como niño. Estación a estación va descontando las décadas que lo separan del ahora. El pregón de los vendedores le despierta de pronto el sabor del caramelo, el amargo que dejaba, después de una media hora, como achicada la boca. Ya no quiere y no puede y no sabe leer. Trazaría un garabato en el asiento con birome de color. La luz naranja, tibia y ligera, del sol que sale, y sus rayos, son iguales al calor del abrazo de su padre. Del vientre de la tierra nace el día. Está naciendo, del vientre. Está naciendo.

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