6 de marzo de 2009

Ciruela



¿Quieren jugar conmigo? La frase, como llave, abre puertitas en las cúpulas del mundo de tres niñas. Fundan en el medio del verano un sistema planetario detenido bajo el sol. Las miro desde mi estera de césped, la cabeza forzando un poco la nuca vigilante, la mirada con filo blando de adormecido. Y escucho. ¿Cómo es que el juego se ha vuelto admonición del fin del mundo? Para una niña será del fuego más atroz; de hielo y frío, para otra, triste como un invierno sin esperanza; la tercera no sabe qué decir y no parece preocuparle; la cuarta, que las ha reunido, contempla seriamente a sus amigas flamantes y al cabo desenvuelve una ardua explicación entre astronómica y frutal. El mundo está destinado a ser una ciruela, que el sol impiadoso de los años irá arrugando igual que a una viejita, hasta dejarla piel y hueso, y luego nada, y luego brote, “y andá a saber después”. Me quedo adormecido sobre el pasto, soñándome ciruela o mundo.

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