7 de junio de 2008

Decirle a Mirta

No tiene ocho años el edificio y esta mañana, de golpe, veo la grieta. Entre la pared de la que colgaba la foto de la nena –que Mirta sacó-y el suelo. Va abriéndose camino como una viborita que quisiera estirarse y estirarse hasta dar la vuelta completa y amputar el suelo, el cuadrado pequeño, riguroso; y repetido cada día de estos ocho años. “Es eterno”, me dijeron cuando lo compré. La eternidad no duró ni ocho años. Me arrimo y me agacho a observar esa rajadura pequeña. Estiro la mano izquierda, el mate solitario en la derecha, y con el dedo anular desnudo rasco los bordes de la hendidura. Luego lo llevo hasta la frente. Hasta la cicatriz roja de la frente, que ya ha cerrado porque las cicatrices del cuerpo cierran solas. Y eso que el cuerpo es infinitamente más frágil que un edificio.
-De mierda, habías resultado- le digo al departamento.
-Dejame...
Mirta está de pie, en la puerta de la cocina. Trata de abotonarse una ajustada blusa roja, con una mano. Con la otra sostiene una taza de café.
-¿Qué?-digo.
-En la oficina. Dejame. Te queda de paso, ¿o no?
Digo que sí automáticamente –suelo negarme-, porque estoy pensando en otra cosa. El filo de la grieta, de cada borde. Raro. Pensar que no es más que una distancia mínima, imperceptible casi; pero el vacío que empuja la pared hacia arriba y el suelo hacia abajo como queriendo derramarse adentro del departamento es bien real.
¿Qué profundidad tendrá?
-¿Vamos?
Mirta termina de acomodarse el pelo acariciándolo con los dedos y esparciendo como polen partículas de perfume que se disgregan en el aire en un estallido y caen como bolitas sobre el piso, rebotando, rebotando, y se desparraman por toda la sala. Algunas incluso se irán por la grieta. Es muy hermosa y tengo suerte de estar con una mujer así. Desde que estoy con ella, nos han ocurrido algunas cosas maravillosas.
-¿Viste? Una rajadura, Mirta- digo.
-Tengo un día larguísimo, hoy.
-Hay que avisar al consorcio.
-¿Vamos? Se hace tarde.
Me levanto. Siento un dolor repentino en los músculos. Me estoy poniendo duro; me estoy poniendo rígido como un palito...un día, clac. Pero sé que no será así. Después de algunas cosas uno sabe que nada más puede pasarle.
Sin dejar de mirar la grieta, apoyo el mate frío sobre la mesa, me pongo el saco y salgo para bajar al garaje. Tenemos garaje porque Mirta fue siempre previsora y quiso comprar un departamento con cochera. A mí nunca se me habría ocurrido, porque en ese entonces no teníamos auto. Pero tengo suerte de estar con una mujer tan buena e inteligente como Mirta.
La veo llegar taconeando hasta el auto. Camina con una voluptuosidad de otra época, de cuando tenía veintitantos y creaba ondas a su alrededor. Antes de Teresa. Es hermosa. Pone temblorosa la atmósfera que la rodea. Aunque no me resulte fácil, trato de desearla mirando la redondez de sus pechos bajo la blusa roja, la presión de sus pechos maduros que quieren como escaparse, hacer saltar los botones y llegar hasta mí, tibios y tersos para que yo los contenga. Ahora me siento bien y no me molesta llevarla hasta la oficina.
Conduzco siempre con prudencia, sobre todo cuando voy con ella. Por eso no hablo, prefiero estar callado y mirar, como corresponde, hacia adelante. Mirta me cuida, trata de no desconcentrarme; se queda callada y acaso deja escapar alguna frase, como para que yo sepa que ella está bien y cómoda con el viaje. Piensa en todo.
-No me pases a buscar.
-¿Te conté que lo echaron a Lazzo?-digo.
-Las chicas salen y me invitaron.
-Está bien. Nunca hizo nada- digo.
-Sí, claro.
-Sí. Lazzo- digo finalmente. Prefiero no hablar de él.
Siento que el espacio que hay entre los dos, el que va de una butaca a la otra, se llena ahora con el calor del cuerpo de Mirta, que irradia una calidez que me recuerda otras épocas. Me gusta así. No digo nada, pero sé que ella me conoce y entiende que me callo porque la avenida es peligrosa y conviene concentrarse. Hay que evitar los accidentes. Esta noche se lo voy a decir a Mirta. Voy a agradecerle el modo que tiene de cuidarme cuando vamos en el auto. Quizá ella también tenga algo que decirme.
El tráfico esta mañana es imposible. Casi no queda espacio por donde colar el coche. La ciudad está detenida. Los únicos que parecen aprovechar los resquicios son los escolares, que cruzan la calle por cualquier lado, confiados en la inmovilidad de la corriente de autos y colectivos. Cómo se puede ser tan imprudente. Yo tuve que aprender a ser cuidadoso. Precavido.
-Hoy está peor que nunca- digo cuando me doy cuenta de que no hay manera de pasar.
-Jorge.
-Tardísimo vamos a llegar- me disculpo.
-Jorge.
-Decime.
-A lo mejor no vuelvo esta noche.
-Me dijiste. Salís con las chicas- digo, pero lamento un poco que esta noche no vaya a poder agradecerle el modo en que me cuida.
-Sí.
De pronto, con una lentitud que al principio es tan rigurosa que ni se nota, la corriente vehicular empieza a moverse. El tenso momento de la quietud ha pasado. Mirta mira por la ventanilla. La veo apenas con el rabillo del ojo, porque conduzco con extremo cuidado.
-Es un peligro esto- digo, pero me doy cuenta de que está de más.
Trato de no pensar en nada y de concentrarme al máximo en las maniobras que debo realizar. El auto es relativamente nuevo y no quisiera estropearlo. Hay que cuidar los autos nuevos, sobre todo cuando uno tiene la suerte de conseguirlos a buen precio. Ahí sí que yo estuve atento. Mirta no quería auto ya. Pero había que aprovechar, ¿no? El seguro fue bastante generoso, a fin de cuentas. Yo tenía razón. Con el tiempo Mirta se acostumbró y ya no puso objeciones. Un auto es un auto.
-¿Cuando vas a sacar eso?
Me doy cuenta de que ella dice eso de pronto, y señala con el dedo el zapatito colgado en el espejo retrovisor.
-¿Qué cosa?- digo como si no hubiera entendido porque no quisiera quitar la vista de la calle. De todas formas no logro evitar ver el zapatito balanceándose delante del parabrisa, como si corriera, yéndose, yéndose. Por suerte vuelvo a concentrarme en lo que hago.
-Eso.
-Es el primer zapatito de Teresa-digo.
-Ya sé. ¿Cuándo lo vas a sacar?
-No quiero que se pierda-digo.
Mirta tiene un cuerpo muy deseable. Pareciera que los años y lo que se llaman “golpes de la vida” no han hecho más que llevar su natural belleza hacia una plenitud que me cuesta entender. Me viene a la mente ese refrán: Lo que no te mata te hace más fuerte. Creo que es perfecto para Mirta. Quizá para mí también lo sea.
Doblo en una esquina y suspiro con alivio porque ya estamos llegando. Lo he logrado una vez más. Sin problemas. En el hospital creía que no podría volver a hacerlo. Mirta también lo creía. Pero volvió a confiar en mí.
Esa cicatriz me recuerda que debo ser cuidadoso.
-Sacalo, Jorge, no nos hace bien.
La miro cuidadosamente, qué hermosa está. Es difícil, pero trato de desearla como antes. Seguramente ella también quiere.
-Suerte con las chicas-digo.
-Gracias- dice y suspira profundamente.
Parece triste o cansada, no sé bien.
Me da un beso rápido que, vaya a saberse por qué, me hace pensar en la grieta del departamento.
-Voy a hablar con el consorcio-le digo.
De pronto me siento mal y arranco el auto, aunque con cuidado, y me voy.
Hacía rato que no la llevaba hasta la oficina. No quería hacerlo para evitarme problemas. Pero por suerte puedo doblar dos cuadras antes del colegio de Teresa.
Esta calle está despejada. Me tienta. Pero aprendí que es mejor la prudencia. Es bueno recordarlo. No quiero sacar el zapatito.
A dos cuadras la calle tiene un bache justo en el medio. Pero como no me dejé ganar por la tentación, lo esquivo sin problemas. Esquivo la grieta en medio de la calle con pericia, con esa pericia que siempre tuve pero que recién desde hace poco pongo en práctica. Paso junto a ese agujero sin tocarlo, como si no existiera. Limpiamente sorteo ese obstáculo. El hospital fue bueno para mí. Mirta también. Todo eso me hace sentir bien. Tan bien que ya yo lamento no poder decirle a Mirta nada esta noche.




Ariel Pavón

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueno no conozco mucho el funcionamiento de los blogs pero calculo que escribiendo por acá voy bien.
Los dos últimos cuentos los leí como una reconstrucción poco nítida de una narración ausente. "Después de aquello, consiguieron pronto un perro",yo llené el vacío del referente de "aquello" con una narración en relación de anterioridad con lo narrado en el cuento. Lo mismo en "Decirle a Mirta" con aquella cicatriz no cerrada.(Con lo de poco nítida me refiero a que no reconstruye totalmente aquella narración lo cual está bueno y deja un lugar importante al lector que establece según su lectura las relaciones entre una narración y otra)

Te voy contando cómo fue mi situación como lectora, no me pidas que haga una gran crítica porque no me siento muy capaz.
Me pareció más fuerte (no emocionalmente sino textualmente) "Decirle a Mirta", quizás porque no leí lo suficientemente "Tomy", pero en el primero, el hecho de comenzar con una grieta en la pared donde colgaba la foto de la nena resignificar después la palabra grieta en el texto, relacionarla con la cicatriz, con el zapatito de teresa... me dio mucho más lugar a mí, una sensación de mayor sustento. No sé bien por qué, me voy a quedar analizándolo. Viste que yo en hacerte una devolución de los textos soy media lenta, para analizar generalmente necesito mis tiempos.
Mil gracias por pasarme la dirección del blog, estoy disfrutando de tu escribir.