22 de junio de 2008

Solo te pido una "buena historia"

Es una exigencia curiosa, la de las buenas historias. El pedido se oye, se lee, se ve casi en la mirada rogante de algunos lectores que manifiestan esta urgencia como si se tratara de una vitamina de la que se carece. La pregunta que me hago es: ok, buenas historias, ¿para qué? ¿Qué buscan en realidad los que piden buenas historias? ¿Alguna vez la literatura se trató de contar buenas historias? Me parece que si creemos eso, vamos errados. A ver: toda la narrativa, toda la historia de la narrativa, ha dado historias más o menos semejantes; una historia es en definitiva una serie de hechos encadenados de un modo particular y es ahí donde la cosa debe clarificarse: no es en los hechos en donde se juega una historia sino en el modo en que esos hechos se articulan -y ni siquiera estoy hablando del plano de la lengua. Pero ahí lo notable es que si bien hay una serie muy grande de posibles combinaciones, no son infinitas. Es decir que tarde o temprano esas combinaciones se repetirán y ya tendremos historias reiteradas. De hecho, cualquier historia que podamos leer, o ver en el cine, o escuchar de alguien, bien mirada, no resiste un examen de originalidad. La literatura narrativa -porque además parece que cuando decimos literatura nos limitamos a ese campo- se ocupa más bien de hacer algo diferente no con la historia que cuenta, sino a lo sumo con el modo en que vincucla, articula los hechos que encadena. Pensar de la literatura que debe aportarnos lindas anécdotas para comentar con amigos en reuniones varias, es lo mismo que exigirle a la música que nos dé melodías para tararear en la ducha. Lo que no quiere decir que no pueda tararearse, silbarse, etcétera, cualquier pieza de Bach o Vivaldi (bueno, también se puede intentar con Mahler), pero tal ejercicio comporta una simplificación, una reducción del objeto que se pretende comprender. Hay un problema que viene del sentido común menos exigente: no hay nada complejo, más bien todo es simple. Por lo tanto, si leemos un texto complejo, oculta, tras la maraña de procedimientos y de palabras raras -porque las desconocemos nosotros- se encuentra una historia brillante o tonta, "buena" o no. Los que pretenden que la literatura se trata de contar historias piensan como las buenas maestras de principios del siglo XX -cuyo espíritu en la actualidad, ay, no ha muerto- que querían encontrar en lo que leían y en lo que daban a leer algún tipo de "mensaje" que el texto albergaba y que siempre era edificante, positivo, moralizante; que "hacía bien" a los niños lectores. Esta búsqueda de salud moral y espiritual se consumaba siempre -si algo hay que decir de estas maestras es que eran implacables- así se estuviera leyendo el Ulises: "vean qué triste, la vida de un judío sin dios (perdón, Dios)". Actualmente, en tiempos de predominio de la autoayuda, multitudes de lectores están ávidos de que una "buena historia" les de un ejemplo lindo de cómo encarar la vida sin sal que llevan. Suplir la propia vida con la que podemos leer en una novela es lo mismo que hacerlo con "Rolando Rivas, taxista" o "Betty, la fea" o la que les guste más. La literatura, como el arte en general, existió y existe para otras cosas. Eso sí, descubrirlo lleva no poco trabajo, y ese trabajo implica tiempo y paciencia, como cualquier otro.
Perdón por este breve exabrupto, pero es que estuve leyendo algunos comentarios de lectores sobre novelas de escritores realmente interesantes, que intervenían con la consabida petición infantil -que a los seis está fenómena-: "solo te pido una buena historia".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A qué se llama "una buena historia"? a una historia que no nos haga pensar, a una historia facil para leer...para eso está la estupidez televisiva.
Romina

Anónimo dijo...

Bastante de acuerdo...

... hace días que entro por acá
y no encuentro novedades, q lastima che