10 de noviembre de 2008

Chorro




Cae a plomo sobre cartones y chapas oxidadas. A plomo, este sol sobre la villa. Una brisa caliente del norte leva nubes de polvo en los pasillos. No refresca el sudor ni la saliva. Unos chicos desnudos corren entre las chozas de materiales infinitos. Tienen un chorro apresado en el medio de La linda, gritan todos. El más pequeño lleva en andas, también, además de su calor, un perrito. Hay que verlo. Hay que estar presente en torno al rehén. Hay que llamar. Se asoman a algunas aberturas criaturas y sus madres. Cantan bajo los techos ardientes cacerolas con restos de grasa. Los pequeños llegan, dibujan entre los pasajes la línea más recta posible y llegan. Llegan los pequeños, boqueando el polvo y su ansiedad, secos detrás de la lengua. Se suman al gentío alegre, radiante como el plomo del sol que ahora es lluvia. Esa manguera la han traído desde lejos, de algún vecino generoso. La serpiente multicolor de trozos y retazos añadidos. Rumbo al cielo el surtidor se arrepiente y cae en mil brillos sobre la afluencia. Agua para la villa, fresco para La linda. El cachorro en los brazos del chico chasquea la lengua, despierta bajo el chorro milagroso.

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