27 de noviembre de 2008

Lectores


Leamos. Yo pensaba que vendrías más temprano a refrescarme la garganta, con el jugo que solías preparar, las tardes de calor, en la otra casa. Pero si has llegado tarde y el sol ya se ha escondido, y si has subido descalza las escaleras crujientes, leamos. Porque es verdad que es de noche y el calor amaina y se está poniendo fresco. Y si duerme tu marido, Francisca, leamos, antes de que haga más frío o él despierte. Leamos y cambiarás el motivo por el que tiritan tus hombros, y yo conseguiré explicarte con palabras de otro el temblor de mis motivos. Hasta encender el día de nuevo, leamos. O hasta que no lo hagamos más.

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