Las chicas del Once tienen los pechos grandes como los melones maduros de la verdulería del peruano, y usan ajustadas remeras estridentes que les ciñen la cintura no siempre estilizada.
Las chicas del Once se pasean solitarias por los puestos de la avenida Rivadavia para irradiar su tibieza, y si alguien las mira en las pupilas, sonríen coquetas, como si ofrecieran su sexo en la vereda.
Al atardecer, todas ellas abandonan las viejas barandas de hierro de los balcones y salen a la calle, para que sus madres descansen su envidia o su nostalgia, y sus vecinos y parientes se refresquen la entrepierna en las canillas de los baños. Y a la noche, con sus cuerpos abundantes y una flor de plástico en el pelo, se paran a fumar en las esquinas para que los hombres viertan lágrimas de semen heridas de deseo, y sus pezones se animen y se decaigan, al saber que aquel que esperan vendrá de ese rebaño.
Las chicas del Once viven en la angustia de que nadie las tome enserio, como a hembras descartables que se han dejado embaucar, y el deseo de los hombres las divierte tanto, que con gusto se pasearían desnudas para que ellos se despedacen entre sí, frente al desdén de sus nalgas y a la humedad de sus vientres; mientras, buscan lo que quieren, con la esperanza puesta en el santo al que le rezan.
Las chicas del Once se pasean solitarias por los puestos de la avenida Rivadavia para irradiar su tibieza, y si alguien las mira en las pupilas, sonríen coquetas, como si ofrecieran su sexo en la vereda.
Al atardecer, todas ellas abandonan las viejas barandas de hierro de los balcones y salen a la calle, para que sus madres descansen su envidia o su nostalgia, y sus vecinos y parientes se refresquen la entrepierna en las canillas de los baños. Y a la noche, con sus cuerpos abundantes y una flor de plástico en el pelo, se paran a fumar en las esquinas para que los hombres viertan lágrimas de semen heridas de deseo, y sus pezones se animen y se decaigan, al saber que aquel que esperan vendrá de ese rebaño.
Las chicas del Once viven en la angustia de que nadie las tome enserio, como a hembras descartables que se han dejado embaucar, y el deseo de los hombres las divierte tanto, que con gusto se pasearían desnudas para que ellos se despedacen entre sí, frente al desdén de sus nalgas y a la humedad de sus vientres; mientras, buscan lo que quieren, con la esperanza puesta en el santo al que le rezan.
1 comentario:
Ay profe!!! jajajaj
La alumna chory
Publicar un comentario