30 de julio de 2010

El bienestar, de Carolina Sborovsky








Cuando Alberto Giordano alertó sobre el giro autobiográfico en la literatura argentina de los últimos años, por supuesto no quería decir que al leer, por ejemplo, una novela como El bienestar, de Carolina Sborovsky, debiéramos preguntarnos cuánto hay de “verdad” en sus páginas y cuánto de “ficción”. Pensar lo autobiográfico tiene que ver, más bien, con asomarse a una literatura que de pronto se acerca con insólita frecuencia al universo de lo íntimo. En este sentido, el hecho de que El bienestar adopte la forma del diario personal significa que profundiza la ilusión de lo doméstico para, a partir de allí, construir sentidos que se pongan en contacto con el ámbito de la producción literaria. En el fondo un diario íntimo es una escritura que da cuenta del proceso de ficcionalización del mundo que nos rodea: la relación de inmediatez con los hechos (véanse en la novela la cantidad de entradas tituladas “Después”, “Al rato”, “Más tarde”), que le atribuimos, siempre problematiza la traducción, la puesta en escritura del mundo, de los acontecimientos; pero además con la subjetividad flagrante que todo diario íntimo tiene por definición.

El bienestar es una novela aparentemente simple: la narradora y protagonista se separa de su pareja, con la que llevó varios años de convivencia, y a partir de ese momento cuenta los vaivenes de la crisis post-separación. Una crisis signada por el imperativo del bienestar como característica de la templanza y del equilibrio que socialmente se debe manifestar. Hay un humor sutil que domina la totalidad del relato y que va llevando al lector a preguntarse por las convenciones a las que se someten los individuos de la sociedad contemporánea, con todo lo tragicómico que tienen las sumisiones inconscientes.

Es interesante la manera en que la narradora va haciendo periódicas listas que reconstruyen retrospectivamente acaso lo único que quedará con el tiempo de aquella relación terminada, cuya fragilidad se va revelando paulatinamente: lo que en las primeras páginas parecía indestructible va dejando meras huellas, listas de cosas, de situaciones, de actitudes, que se irán desvaneciendo poco a poco hasta empezar a desaparecer; y los efectos de la ruptura parecen condensarse mucho más en el perro de la pareja (no casualmente llamado Salieri, el gran receloso) que en la protagonista, siempre atenta a la obligación del bienestar y a su persecución a través de todos los medios disponibles. Allí es posiblemente donde más irónica se vuelva la novela, con su ardua enumeración de fármacos -que, cuando no resultan suficientes, bien pueden ser reemplazados por otros de uso veterinario- y de prácticas terapéuticas que van constituyendo un verdadero instructivo paródico de la autoayuda. ¿Qué es el bienestar?, es la pregunta que campea por las páginas de la novela, sin expresarse nunca del todo, escamoteada por otras: cómo se obtiene, cuáles son los pasos que conducen a él, en qué se manifiesta. La respuesta, esquiva, como cabe suponer, parece delinearse a través de sus objeciones.

Como lectores asistimos no a la historia de un derrumbe, sino a la de una especie de cambio de estación, al lapso en el que resulta difícil establecer tanto la contundencia de la estación entrante, aún demasiado tenue, como la de la saliente, ya definitivamente tardía pero aún llena de matices que no dejan de manifestarse con una persistencia entre lo heroico y lo conmovedor. El bienestar nos sitúa en ese tránsito, siempre ambiguo, como toda literatura sólida.

1 comentario:

Pilar Medina dijo...

Me parece súper interesante la pregunta, ¿no?

Y lo femenino, medida de todas las cosas en la vida... femenina precisamente.

Definitivamente, voy a leerlo.