7 de noviembre de 2011














Era escarcha la mañana aquella
fría como la impavidez de los finales
como el silencio de los idos era
y nosotros estábamos callados

(Blancas mañanas con colmillos
nos trituraban despacio antes de engullirnos)

Aquella
con los pies mal abrigados por las zapatillas         
de lona que fue azul y ya era gris          
(como los días de llovizna y niebla)
era real como el borde de un abismo
el frío duro de su nitidez
nos decía algo
sobre la interrupción de todo

Después de la lluvia
el viento devolvía el mundo conocido
lo traía en sus brazos como un recién nacido
y cuando se calmó cayó por la quietud
que la llamaba
                      la helada          
                      blanca
                      que pisábamos dolientes

¿No tenían algo de agonía nuestros dedos ateridos
y no nos deshojábamos en cada expiración
si es que en verdad dábamos pasos?
O  éramos cristales soñadores
que deseaban movimiento y duración
donde sólo había frío y la mañana
era  un ensayo del acabamiento

una mañana última o primera
sosteniéndonos por debajo de los brazos
postreros y flamantes de lo inmóvil

Sin embargo
hablaba de la escarcha y su mudez tonante
y del dolor de nuestros pies
y de la perfección del día
un movimiento leve que derrite el hielo
que hace susurrar de nuevo al viento
y nos lleva atravesando el aire
sobre la tierra dura
bocaditos de nada para el día

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