"...Lidia vivía
cerca de la plaza. Cerca del baldío al que llamábamos
plaza o canchita. Era el borde del barrio: más allá
había unos descampados hasta el horizonte, que nos separaban
de otros barrios de nombres fantasmáticos que, de chicos,
nunca visitamos. Sólo una calle mal asfaltada que cortaba
esas extensiones vacías y que era recorrida por unos
colectivos no menos fantasmagóricos indicaban que podía
llegarse, si se tenía ganas, a un lugar diferente. Pero más
bien la idea que teníamos era de que no había más
mundo que éste, pequeño, conocido, vagamente
entrañable, como todo lo que no se elige..."
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