Como
muchos, como casi todos, leí Una excursión a los indios
Ranqueles mucho después de la adolescencia. Cuando era chico, en
mi casa había una vieja edición de la famosa colección Austral.
Estaba todo rayado con fibras de colores, y decían que había sido
yo el maltratador. Tal vez ya percibía el mal que aquejaba a la
edición. Era pésima, porque estaba resumida, y en un prólogo,
descaradamente, afirmaban que habían quitado del libro las partes
“innecesarias”. Según ese texto, el libro ahora era mejor.
Mansilla probablemente se habría enojado mucho, y tal vez después
se hubiera reído, y habría escrito una causerie contando la
anécdota como el mejor. Mansilla era acaso el mejor de todos, por
aquellos años. Un viaje largo por la pampa hacia ese enigma que se
llama Leubucó. Liviano y fluido, como una anécdota gigante -cosa
inusual en nuestro siglo XIX-, la Excursión es siempre un
libro delicioso; y más allá de su horizonte de época, resulta una
visión bien desafiante de esa antinomia con la que, malicioso, nos
bautizó Sarmiento. La civilización y la barbarie, en muchos tramos,
no sólo aparece invertida sino puesta en cuestión, como teoría
trasnochada. El problema conceptual del libro está, quizá, en su
mayor virtud estética: Mansilla se toma todo a la ligera. Bromea
hasta cuando se pone serio. Posiblemente sea eso lo que confinó al
libro a su ostracismo. Siempre se descubre, a Mansilla. La Excursión
rompe con la densidad política de la que hablamos tanto al recorrer
los textos mayores del siglo de Rosas; por eso mismo encaja con
dificultad entre Facundo y Martín Fierro. Como Mansilla, además,
era sobrino del “tirano”, su discurso, desde el vamos, genera
desconfianza, ¿quién iba a darle crédito? Pero la Excursión
no negocia su ligereza, y exacerba esa categoría, no por callada,
común: la vanidad. Quién más vanidoso que el viejo Lucio Victorio,
protagonista exclusivo de toda su obra. Una vanidad exquisita que
casi nunca se pone grave.
Muchos
libros resisten al tiempo colgados del mito de sus autores, y
resultan tantos escritores “míticos” y “secretos” y “de
culto” que más exclusivo es ser del montón. Mansilla se veneraba
a sí mismo. Y fue venal y quiso, también, agradar a todos. Pero nos
dejó la Excursión, ese viaje a las tolderías que él
conoció de primera mano porque así era Mansilla de realista, aunque
copiosamente mintiera. En ese libro el indio habla por primera vez
entre nosotros. Y Mansilla habla más, desde luego. Y dice bellezas
como “Cuerpo sano en alma sana es roncador”, o “Es lo que se
llama un gaucho lindo”. Cada vez que, durante el viaje, prenden un
fuego en la pampa, sueño que el Coronel me alcanza, de postre, un
mate de café.
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