Mi papá recitaba
estrofas de Martín Fierro cuando tomaba mate, a la tarde,
durante el verano, en el patio enorme con olor a pasto cortado
recién. Le daba por ahí, a veces, y recordaba muchos tramos
bastante bien. En mi casa había un ejemplar muy viejo, sin tapas, y
otro desbordante de lujos; era una edición ilustrada por Castagnino
que había eudeba, me parece. A mi papá le gustaba mucho ese libro,
porque le hacía recordar sus años de juventud, de mencho correntino
que cumplía las faenas del peón, en una estancia cuyo patrón, como
dios, aunque no estaba casi nunca, estaba. Solía decirme que le
admiraba la fidelidad con que Hernández había retratado la vida del
gaucho, él que había pasado más tiempo en la ciudad que en el
campo. Y criticaba a Güiraldes, recuerdo, porque siendo hombre de
estancia “no entendía nada”. Ese retrato fiel que a mi papá le
encantaba, ocupa en Martín Fierro pocas páginas y está
escrito con trazos simples, porque todos entendemos de qué habla;
Güiraldes nos obliga continuamente al glosario, tanta es su
exactitud y su énfasis. Mi papá pensaba como Borges, aunque sus
palabras eran sin duda menos cultas. De chico hojeé muchas veces el
libro, buscando esas estrofas que venían a la hora del mate. No
recuerdo ahora cuándo lo leí completo por primera vez. Para mi
papá, Fierro era todo lo que un argentino debe ser, aunque
prescindía de las partes menos nobles, con distracción algo
culpable. Yo quería ser como Martín Fierro, y sé que también a mi
papá le habría gustado. Alguna vez, adolescente, ensayé unas
estrofas gauchescas y se las regalé. Creo que se las mostró a toda
la familia. Pero entonces yo ya había transitado el didactismo tenaz
de Güiraldes, y las crepusculares leyendas de Obligado, y mis versos
eran, además de extemporáneos, un tanto amanerados. Muchas veces
volví a leer Martín Fierro, muchas veces lo dí siendo profesor;
pero aquel “Aquí me pongo a cantar”, igual que muchas estrofas,
seguía diciéndolas papá, aunque él las recitaba sin música,
porque nunca aprendió a tocar la guitarra. No creo que haya libro
que sienta tan íntimo, tan parte de mí mismo. Y claro, para colmo,
después leí a Borges, y él hizo todo lo demás.
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