3 de diciembre de 2020

 

Recortes


Mariana piensa, ahora, que sin duda su mamá usaba tan frecuentemente la expresión “cortado por la misma tijera” porque se dedicaba a la costura, y tal vez porque hacía todos sus trabajos con esas tijeras maravillosas. Las clientas estaban todas “cortadas por la misma tijera”. Los proveedores, igual. Esa frase la repetía en el cuartito minúsculo en que trabajaba, medio tapada por los recortes, los moldes y los patrones. Justamente, porque todas las modistas estaban “cortadas por la misma tijera” era que ella, su madre, trabajaba de manera original, atendía diferente, usaba materiales únicos. Las tijeras, por ejemplo, las más caras, único regalo del abuelo Andrés. Ahí residía el secreto: ser la mejor modista consistía solo en ser distinta. Mariana entonces era apenas una adolescente, pero quería aprender, quería que su mamá le enseñara todo lo que sabía, porque a ella también le gustaba la costura, pero más le gustaba la idea de poder irse por su cuenta, no para dejar a su mamá, sino porque tenía sueños que, a esa edad, quién no los tiene; como su hija ahora, por ejemplo, que no ha terminado la escuela, pero anda con los pájaros alborotados. 
Atardece y ha dejado de llover; las nubes se están deshilachando; asoma la piel azul de un cielo frío. Aunque la ventana está cerrada se cuela un airecito helado, un chiflete que ya huele a noche despejada. Mariana ha hecho una pausa en el trabajo. Ha dejado a un lado las tijeras y el enorme costurero de mimbre y se ha puesto a matear. Uno tras otro, los mates la han puesto pensativa, y al fin, ¿no? de una manera algo inconsciente, ya ha decidido cerrar su jornada. En un rato saldrá del tallercito y cruzará los metros de patio que la separan de la casa; entrará por la cocina, se dejará envolver por el olor de la comida, saludará a su hija con un beso, se sentará a mirar la tele. Ha sido suficiente por hoy. Paró la lluvia y ella merece disfrutarlo. Puede permitírselo, a estas alturas: tiene su lugar propio, su propio taller, su buena clientela. Puede decirse que aprendió, Mariana, que su mamá le enseñó bien: ella es buena, la mejor modista del barrio; puede darse el lujo de elegir a sus clientas, de cobrarles bien, por su trabajo y también por su nombre, por su tiempo, más valioso que el de otras, por los nombres de sus clientas. Y ha conseguido eso porque es distinta, como lo era su mamá; porque aprendió de ella una verdad, su secreto profesional mejor guardado; una verdad que podrá parecerles a otros una tontería pero que le costó mucho recorrido comprender: todos somos distintos, y por eso ser distinto es tan difícil; Mariana debió tener, como se dice, mucho coraje, mucha humildad, para llegar a ser realmente ella, es decir, realmente distinta. Después, obtuvo lo que obtuvo; para algunos mucho, para otros nada; suficiente para ella. Para ella y su hija ¿no?. Como le ocurrió a su mamá. Mariana piensa ahora que su propia vida tiene mucho de vida anterior. No lo piensa por el oficio, sino por su condición de mujer sola. Como su mamá, ella padeció muchas traiciones, muchos abandonos. Ése fue el precio que pagó por ser distinta. Qué hombre toleraría a una mujer realmente diferente. Ninguno, porque como su madre le enseñó, blandiendo en el aire las tijeras del abuelo Andrés, los hombres, todos, del primero al último, no importa de qué época ni de qué lugar, sí que están cortados por la misma…¿no?. Y quién sabía más que su mamá de tijeras y recortes. Hombres. No dejó nunca de buscarlos y de darse la cabeza contra la pared. Hasta que la frase de su madre se le reveló un día en todo su sentido: cortados por la misma tijera. Una verdad simple y demoledora como todas las verdades. Ahora Mariana piensa en eso. Acaso porque conoció hace poco a un hombre, un hombre casado con el que sabe que no empezará nada serio. Los hombres buscan sólo una cosa de las mujeres y la clave para retenerlos algún tiempo es desear lo mismo de ellos. Eso trata ella de enseñarle a su hija, que aún no promedia el secundario y que ya estuvo llorando por un novio; es parte de la vida: muchas veces traicionada y abandonada, hasta que comprenda.
Mariana ceba sus mates y piensa en estas cosas, porque está distendida, porque ha decidido dejar de coser por hoy. Tal vez también porque esta tarde ha cortado mucha tela, o porque las tijeras de su madre necesitan afilarse, o porque anoche, mientras consolaba a su hija le prometió dejarle en herencia esas tijeras tan valiosas. 
A su mamá, los hombres la maltrataron mucho. También el padre de Mariana. Y cómo no, si estaba cortado por la misma tijera que los demás: los que conoció después, los que conoció Mariana, los que conocerá su hija; porque esa es la fatalidad de los hombres, que son como las telas, piensa ahora, con las mismas hilachas en los bordes, recortados todos con el mismo filo.
Mariana, ahora, en el tallercito, está rodeada de recortes; se le ocurre de pronto, divertida, que son hombres. Todos esos retazos, esos recortes que se amontonan en el suelo, en bolsas, sobre la mesa de trabajo, son hombres de todos los géneros y colores, pero al fin y al cabo tan iguales ¿no?, cortados todos por esas tijeras excelentes, esas enormes tijeras que siempre tiene al alcance de la mano; lo mejor, lo más real que su mamá le dejó.