1 de septiembre de 2008

Una lectura

Notas sobre Cinco
De Sergio Chejfec


La inasibilidad de la historia parece ser la voluntad implícita de este relato de Sergio Chejfec. Cinco comienza justamente con un prólogo en el que cita a Di Benedetto. El pentágono y su comienzo demoledor: “No se puede saber si es verdad”. La frase plantea un modo de radicalidad que echa por tierra con cualquier presupuesto ficcional. Si la ficción misma plantea que no puede haber certeza ni siquiera sobre la verdad de ese mundo que inaugura, nos hallamos ante las puertas de otro tipo de concepto de ficción. Más allá de que lo que llamamos ficcional es, como suele decirse, lo que no encuentra pertinencia en la pregunta por la adecuación a algún referente externo comprobable, también es cierto que el mundo fundado por la ficción debe sostenerse en algún tipo de “verdad”, al menos la que se sostiene en la misma verosimilitud de ese mundo. Pero declarar, desde ese mismo espacio de “no-verdad” que lo que allí se presenta puede ser o no ser cierto, significa abandonarse a otro tipo de presupuestos sobre la verosimilitud.
Pienso que todo verosímil requiere, al menos, de dos adecuaciones:
Adecuación a las reglas del género.
Primer problema, porque el género al que Cinco pertenecería es el relato o, con mayor precisión, el relato sin pretensiones de intriga (entiendo intriga como sostenimiento de una expectativa fundada en una promesa que dilata su cumplimiento). Relato de viaje, podrá decirse, pero un viaje que desde el comienzo no promete nada, pierde automáticamente su valor sustancial; la travesía interesa como descubrimiento de un mundo. Podría tomarse por un relato evocativo, pero al mismo tiempo se trata del comentario de un texto, sin que sea totalmente descriptivo ni alcance nunca –más que someramente- la mirada crítica. Además, como comentario se presenta también anómalo ya que en ocasiones la voz del “comentador” desaparece para dejar lugar a la primera persona, presuntamente la del “autor” del texto original.
Adecuación a cierta coherencia en las relaciones de causa-efecto que presentan los hechos narrados.
Aquí el texto se complace en abrir sucesivas historias, cuya relación entre sí apenas está dada por el encuentro casual entre el protagonista y el personaje; o bien por la evocación que algún hecho suscita. El modo de aparición de estas historias parece seguir más la mecánica de la asociación libre que la de causa efecto.
Pero además, estas historias tienen elementos comunes –tanto en sus motivos como, incluso, en los elementos concretos que conforman el universo ficcional. Ninguno de esos elementos, ninguna de esas semejanzas parecen señalar nada en particular. Apenas quizá puedan remitir a sistemas simbólicos, pero lo hacen de modo vago y de ninguna manera semejante a como lo simbólico suele presentarse (es decir rodeado de marcadores que lo “anuncian” como simbólico”) sino más bien en la simpleza contundente de la repetición léxica. Elementos como la “calle inclinada”, la “pica”, el “río”, el “puerto”. Parecidos –léxicamente idénticos- pero nunca exactamente los mismos. Esas inquietantes semejanzas que se suceden no aportan nada al universo de la historia. Puede parecer que con ellos es posible construir algún tipo de recorrido semántico, algún ordenamiento oculto, pero en verdad se trata de lo contrario: más que construir, esos elementos destruyen cualquier posicionamiento rígido. Están allí como diciendo que todas las historias guardan rastros, restos de historias anteriores.
Incluso resulta curioso el esquema que se describe al comienzo: en primer lugar porque su complejidad vuelve la representación imaginaria prácticamente imposible; en segundo lugar, porque las relaciones que establece entre los cinco elementos que lo componen resultan por completo enigmáticas y hasta deliberadamente engañosas.
Cinco platea un recorrido errático en el que se produce una suerte de regreso al punto de inicio. Se habla al comienzo de la muerte del padre como punto en el que da principio la historia particular del protagonista. Esa muerte se produce en una peña santiagueña donde a causa de una pregunta absurda “quisiera saber si, de verdad, esta mujer bailará conmigo”, un rufián lo acuchilla. En el final, una de las versiones acerca de la desaparición del niño dice que, anciano ya, fue muerto por el rufián que acompañaba a la Argentina.
Una de las cuestiones más interesantes presentes en el relato es la del narrador. No podría decirse que Cinco posee un narrador en el sentido tradicional de la palabra. Sabemos que al hablar de narrador estamos hablando del lugar enunciativo que asume la responsabilidad de lo dicho. Pero en Cinco esa responsabilidad aparece menguada, diluida por el lugar de mero comentador que asume quien narra. Sabemos que existe un cuaderno y que su autor, el personaje principal del relato que traza una suerte de semblanza de sí mismo, no solo narra, sino que también evalúa, comenta, reflexiona. El que a partir de ahora llamaremos comentador (que recuerda la original denominación de Arlt) propone desde el comienzo una lectura de ese cuaderno. Es decir que no se trata de una transcripción –forma clásica- ni de una renarración. Un poco resuena lo hecho por Martínez Estrada en su Marta Riquelme: apenas soslayadamente podemos asomarnos a un texto que nunca leeremos. Aunque, a decir verdad, el comentador de Chejfec apuesta a un lugar bastante más inquietante; mientras el narrador de Marta Riquelme hace lo posible por conseguir que del texto original –perdido- pueda llegarnos algo de su riqueza formal, estilística, psicológica y hasta sociológica, el comentador de Cinco es una voz que –lo sabemos- tiene, por así decir, el original delante de sus ojos. Transcribe, pues, alguna que otra frase suelta, algún título, y nada más. La mayor parte del tiempo se dedica a hablarnos de ese texto que jamás veremos, cuando él mismo puede leerlo y releerlo una y otra vez. Es decir que se coloca al lector en una situación de desamparo que echa por tierra cualquier veleidad interpretativa. Ahora el lector no tiene autoridad –o así lo siente- porque se halla en presencia de apenas una serie de impresiones suscitadas por el original en el primer lector-comentador-narrador de Cinco. Es curioso cómo esa sensación de abandono nos hermana incluso con el personaje principal, con su progresiva disolución como miembro de una sociedad a la que nunca puede entrar realmente. Así se genera un triángulo relacional entre el lector, el comentador y el autor del cuaderno original. Un triángulo que evoca no sólo el texto de Di Benedetto –sus triángulos amorosos- sino también la serie triangular que conforma el esquema que inaugura el recorrido de Cinco. Es interesante notar cómo en la lectura literaria que va del siglo XIX al XX el centro de la autoridad interpretativa, la que esgrimía quien de pleno derecho poseía la “verdad” del texto, fue pasando progresivamente del autor de carne y hueso al lector de carne y hueso, pasando ciertamente por el narrador como garantía de verdad o, mejor dicho, por la autoridad de la misma materialidad textual. Cinco –y podría decirse que la propuesta estética de Chejfec- da un paso adelante haciendo trastabillar todos esos lugares a la vez, quitándoles de plano cualquier pretensión autoritaria sobre la dirección del sentido. Ya no basta, como en Saer, enunciar la imprecisión, la movilidad, la inestabilidad del mundo; es preciso llevarla a cabo de hecho, dejar al lector desamparado, abandonado a la propia perplejidad que genera la mediatización multiplicada de los hechos evocados al texto, concreto entramado verbal. Y por si tal mediatización no resultara suficiente, ahí están los largos tramos narrados en primera persona, donde presuntamente se transcribe el original, aunque por otra parte sin ningún tipo de marca (comillas, bastardillas, etc) cuando estas marcas aparecen en otros lugares como garantía de literalidad. En suma, este derribamiento sistemático de las pretensiones del lector como genio interpretador y aún como mero testigo de los hechos narrados hacen de Cinco un texto brillante de acceso al mundo de Sergio Chejfec.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Alguna vez sentiste en un espacio
de tu imaginacion
que el grito de los perdedores
es sordo y mudo
aunque griten juntos

Alguna vez sentiste cuando un pueblo
chorrea de su sangre nueva
Como se muere lento igual que el corazon
de un cuenta cuentos

Dejate atravesar por la realidad
y que ella grite en tu cabeza
porque es muy malo dejar pasar
por un costado a la historia esta
porque es muy malo dejar pasar
por un costado a la historia esta

Alguna vez sentiste mucha gente
tener quebradas sus fuerzas
O alzar del suelo un poema
que guardaba en un rincon
de su inocencia

Alguna vez sentiste muy de cerca
avanzar a la tragedia
Todo lo pisa y lo rompe
y en su lomo lleva
a una niña buena

Anónimo dijo...

Es interesante este texto. De dónde es?

Anónimo dijo...

es una cancion de León gieco

Ahí va Julito :)...

Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a arrancar,
pero piensa que es una crueldad inútil
y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba como una abeja, huele su perfume, y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz.
La flor piensa: "Es como una flor".

Anónimo dijo...

Es una canción de León gieco .-

Ahí va julito... :)


Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a arrancar,
pero piensa que es una crueldad inútil
y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba como una abeja, huele su perfume, y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz.
La flor piensa: "Es como una flor".