4 de octubre de 2008

Río de las congojas


He leído muchas novelas sobre la época de la conquista de América. Algunas me han parecido magistrales, como Maluco, del uruguayo Napoleón Baccino Ponce de León, o El entenado, de Saer; otras, como El arpa y la sombra, me han divertido gratamente. Con Río de las congojas, de Libertad Demitrópulos, me ha ocurrido algo que no esperaba: me ha conmovido. Siempre pensé que en el período de la conquista había una temática riquísima que esperaba a que los escritores la utilizaran para contribuir al fortalecimiento de los mitos de origen. Si de algo estoy seguro es de que nuestros mitos de origen –los que pueden encontrarse en Schmidl o en Guzmán, en Miranda o Del Barco Centenera- no han sido explotados con la agudeza que requiere tarea tan importante como la renarración de nuestro nacimiento como país. Hay algo en el orden del origen que me fascina particularmente, porque nos devuelve necesariamente a la pregunta por la identidad. No es verdad que descendamos de “los barcos”, ni que seamos un mero país de inmigrantes. No podemos sustraernos a nuestra condición de mestizos.
Libertad Demitrópulos, con una novela exquisita que indaga no sólo en las cuestiones más predecibles, tales como los éxodos o la guerra con el indio, ha sabido encontrar en Río de las congojas una voz. Varios narradores son convocados para contar una historia compleja y llena de matices, donde las voces de los marginados es la voz privilegiada. No hay conquistadores que hablen en esta novela maravillosa. Son, más bien, mujeres y un mestizo. Es la voz de los otros, de aquellos que no vinieron a hacer ninguna conquista más allá de la conquista de la propia identidad. Y no se trata de personajes que busquen esa identidad en términos comunitarios. Tal vez lo que más conmueve en Río de las congojas es que lo único que esos personajes están reivindicando son los modos en que han hecho su vida. Su ciclo vital está profundamente atravesado por el paisaje del río, que los cautiva y les hace comprender, como en una metáfora permanente, que se hallan frente al mero transcurrir. En la novela los planteos históricos del tipo reivindicatorio o crítico están atenuados. Creo que allí radica el máximo logro. Los personajes y las situaciones convencen porque la autora parece preocupada simplemente en construir minuciosamente esas vidas y los esfuerzos de esos personajes por desarrollarla y desenvolverla en el mundo que les ha tocado conocer. Río de las congojas es, además, una verdadera aventura del lenguaje, donde la palabra se convierte en una lengua extranjera –como quería Proust- para contarnos nuestra propia historia. Allí radica la potencia y la convicción que emana de cada una de sus páginas. En tiempos cercanos al bicentenario, no está mal revisar nuestros mitos de origen, máxime cuando podemos leerlos –recreados, reformulados- en verdaderas obras maestras que, de alguna manera, hacen que nos volvamos a sentir parte de algo más grande que simplemente un pueblo quejoso preocupado por su calidad –material- de vida.

1 comentario:

Marisa dijo...

Muy buena crítica!

Saludos

Marisa