Viva la vida

Todo está bien. Ana Luisa, enamorada, sale a la mañana de su casa y huele las flores y oye el gorjeo de los pájaros. Ha planchado su vestido y se ha perfumado especialmente para verse con Manuel ¿Qué puede faltarle? La calle está tranquila, sobre todo ahora, que ya no es tan peligrosa. Hay en el aire olor a jazmines. El jazmín le da su olor a los diciembres. Cementerios, dice siempre la amargada de Lucrecia. Que el jazmín es una flor de cementerio. Ana Luisa va, rosada, caminando las veredas llenas de olor de jazmines de diciembre. Irá al cine con Manuel, a ver esa comedia musical que le han recomendado. Él la abrazará y le buscará la mejilla para el beso. Manuel es decente y no avanzará más, porque la respeta. Ambos lucharán contra la tentación de la piel cerca, de la oscuridad oportuna. Tomarán, después, helado. De crema y de frutilla, para ella, para combinar con su vestido. Y con la vida también. Crema y rosa, la vida de este día. Solo el Rey, que canta en una radio, entiende su dicha. El Rey que canta “viva la vida” y la vida vive en crema y rosa. En el auto de Manuel, después, los cuerpos cerca. Sentirán la atracción como algo tibio. Pero él la respeta, ella lo sabe. En el auto la ha llevado ya algunas veces y siempre bien. Por ejemplo al obelisco, al festejo de la Copa. El auto de Manuel. De su padre, el Falcon verde. Del trabajo de su padre, se lo prestan, según cuenta. Amplio, nuevo, perfumado, el Falcon verde. Especial para llevarla a ella princesa, el Falcon verde. El color Ana Luisa lo cambiaría. Manuel también, seguramente. Crema y rosa. Pero el auto es del papá y es del trabajo y a fin de cuentas un color es un color. También la vida es eso. Y brilla.