17 de abril de 2009

Ronda



Giran en rueda los niños cantando. Bajo los árboles, giran y cantan. Dicen absurdos cargados de música y, al caerse al suelo, estallan risas. Luego se forma otro círculo mágico, que otra vez dibuja la pequeña órbita de muchos planetas que vuelven y vuelven. En las palabras que forman la rueda, con las manos tomadas, cada niño danza. Giran en palabras y caen a tierra, al final, con risa y estrépito. Ruedan, se mueven, y siguen cambiando, sin que haya más que eso. No van a sus casas, ni a otra plaza van, no van a la luna, ni a comprarse un auto. Van en la rueda; hacia la rueda; desde la rueda, en rueda. Sobre las hojas de los eucaliptos, que han caído, secas (como hacen los chicos, a tierra y se entregan), veo a la muerte. Merodeando el juego, callada, la veo. Los niños cantan, se mueven en rueda. Levanta polvo la muerte, y ríe con ellos, que no tienen ojos más que para el canto. No los tocará, sin duda. Ha venido convocada por la rueda brillante. Ha de sentir que los niños la entienden. Lo sé porque baja su guardia, se deja llevar por cadencias de voces y danza; y se queda. Bajo los árboles, entre las hojas, la muerte ronda, mientras el juego de los niños sigue.

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