31 de mayo de 2009

Los vasos comunicantes (séptima entrega)






4




Uno a uno habían ido bajando esos escalones enrojecidos por descarados neones y se habían instalado en una mesita alejada, puesta en un rincón, insólitamente vacío, a juzgar por la vista amplia que esa esquina ofrecía del resto del local.
Aquí y allá, las mesas se distribuían en aparente desorden, pero formando un semicírculo alrededor de un escenario bajo, de dimensiones mínimas, que estaba contra la pared del fondo, de la que colgaba un cortinado negro que apenas se distinguía. Parecía como si todos, clientes ocasionales o no, se congregaran en torno de un punto ciego, vacío, un agujero negro que no irradiaba nada, ni luz, ni sentido; nadie podía ignorar que se trataba del centro del local, de su justificación; pero tampoco nadie pensaba que allí podría desarrollarse algo, un espectáculo o cualquier otra cosa. Era un lugar que atraía justamente en virtud de su vacío.
Salvo esto, el resto del lugar no ofrecía ninguna cosa extraña. La barra estaba ubicada a lo largo de una pared lateral. De las otras paredes colgaban unas reproducciones baratas de Lautrec. La luz era débil y roja. Púrpura en algunas zonas. El aire estaba lleno de humo. La música era tenue y previsible. Camareras de taco y minifalda se movían de un lado a otro. La gente conversaba sus asuntos, como si nadie pudiera oírlos. Angelito le hablaba.
-Este lugar me encanta. Yo vengo cada vez que puedo.
-Está bastante bien.
-Y esto no es nada, después sí se pone interesante.
-No me digas.
-Sí. Pero no te adelanto nada.
¿Cuántos años tendría Angelito? Se peguntó. Seguramente no muchos más que él. Pero por su modo de hablar parecía mucho más viejo. De otra época, más bien. Un hombre joven de otra época.
-Y decime, Angelito, a qué te has dedicado.
-Vendo cosas.
-¿Qué cosas? Si se puede saber.
-Se puede...Cosas varias, chucherías, herramientas, productos importados..., boludeces.
-¿Y eso se vende?
Angelito esbozó una sonrisa que más o menos significaba que ya se esperaba la pregunta, por lo que él supo que también tenía, como caballito de batalla, la respuesta.
-Acá no. Pero en el interior se mueren por esas cosas. Pueblitos perdidos, ¿me interpretás? Si no se las llevás vos, ni se enteran de que existen. O sí. Pero vos se las llevás a la puerta.
-O sea que viajás mucho.
-Bastante, sí. No es raro que desaparezca por unos meses. Laburo intensivo por un tiempo, y después a descansar.
-Por otro tiempo.
-Exacto.
La chica que se acercó para atenderlos era de baja estatura y un poco obesa. Pidieron una botella de vino. Cuando se alejaba, Angelito comentó.
-Ésta se llama Vanesa, pero acá le dicen Dani, o Daniela, que es su primer nombre.
-Mirá, ¿Y vos cómo sabés?
-Ya te dije que venía siempre que podía. Pero además, a esta me la cogí.
La confesión le sorprendió, menos por inesperada que por la desfachatez con que fue dicha. Pero Angelito agregó, mientras miraba a Dani-Vanesa alejarse moviendo exageradamente las caderas.
-Qué perra.
-Es joven- dijo él.
-Veintisiete. Qué perra. Te lo digo, una de las mejores. Así como la ves, amable y simpática, es una fiera cuando se desata.
-Mirá vos.
Se quedaron en silencio. Angelito prendió un cigarrillo y le ofreció, acercándole el paquete. Fumaron callados.
Dani-Daniela-Vanesa regresó poco después, con el vino y dos copas.
-Vane, un amigo- dijo Angelito, y los presentó.
-Hacía rato que no se te veía- dijo ella.
-Mucho trabajo.
-Ah, ¿sí?- mientras destapaba la botella y servía las copas con refinamiento y seguridad, dibujó una sonrisa cómplice que reveló una hermosa dentadura.
Antes de que se fuera, Angelito le dijo, como si él no estuviera allí:
-Voy a estar un tiempo por acá, ¿te llamo?
-Como quieras- dijo ella, y dejó escapar otra sonrisita, seductora.
Dani-Daniela-Vene-Vanesa se fue, contoneando su cuerpo regordete, aunque firme, más exageradamente que la primera vez.
-Qué perra- constató Angelito.
A él le causó gracia la escena, y se sintió de pronto lánguido y exitado, feliz.
-No está mal- se atrevió a decir, más relajado.
-Te gusta, hijo de puta- se reía, Angelito.
Él sintió que se desembarazaba de algo, de una atmósfera densa y oscura que lo venía envolviendo desde hacía unos días, como una angustia, más bien, que había comenzado poco antes de terminar de escribir su relato y que se hizo más densa esa misma mañana, después de que Vera se marchara, huyera, se diría, con el piloncito de su escritura vacilante. Ahora se sentía bien, y no pensaba más que en saborear el vino que tomaba.
-¿Y vos?- la voz de Ángel sonó lejana.
-¿Yo qué?
-De mujeres, ¿cómo andás?
-Solo- dijo-, con intermitencias.
-Como todos- dijo Angelito, y él se preguntó a cuánta gente abarcaría ese “todos”-. Está bien. Así es mejor. Las cosas buenas hay que disfrutarlas en poca cantidad. Si no, te empachan.
Tomaron toda la botella y pidieron otra, que Vanesa les trajo, simpática y solícita. Hablaron de cosas pasadas, de lo de Garmendia y del oficio que habían aprendido y que no habían, por esas cosas de la vida, vuelto a desempeñar.
En un momento dado, cuando el local estaba lleno y el humo era una nube púrpura que llenaba todo el espacio, la música dejó de sonar y las luces se apagaron casi totalmente, empezaba el show.






No hay comentarios: