12 de diciembre de 2010

La Parroquia

El padre Augusto soñó dos noches dos sueños imborrables. El momento exacto resulta difícil precisarlo, pero no caben dudas de que fueron, esos sueños, poco tiempo después de sus primeras misas en la Parroquia flamante.


En uno de los sueños veía un pueblo libre, astuto para proteger sus intereses comunales; con el avaro, severo; generoso con el débil; fecundo en líderes barriales cuyas banderas serían la justicia y la equidad; insumiso y siempre alerta a los abusos de los fuertes. Un pueblo diferente de los otros, aislado, a su manera, protegido de la rapiñería de políticos mezquinos, de la brutalidad de inescrupulosos mercaderes.

Santo era, en cambio, el pueblo que el otro sueño le mostraba. De una santidad popular fecunda en hombres de la Iglesia y en mujeres inocentes oradoras y piadosas. Un pueblo en el que Dios se sintiera como en casa y adonde bajaría por las tardes a matear con los vecinos. Pueblo Edén de desnudeces sin culpa. Un pueblo diferente de los otros, aislado, a su manera, protegido del pecado y de las tentaciones mundanas.

Dos noches y dos sueños imborrables. Pensó al principio, el Padre Augusto, que , a fin de cuentas, eran ambos representaciones inconscientes de lo mismo. De corte inmanente, una. De trascendente aspecto, la otra. Pero habría sido ingenuo verlo así y así dejarlo. No era Augusto de los que se responden con simpleza y a otra cosa pasan. Su inteligencia denunciaba contradicciones odiosas. Nos trasciende lo inmanente, ni lo trascendente se conforma con lo que hay.

Dos noches dedicó, de insomnio, a la armonización de los contrarios, sin hallarle solución ninguna. Un tiempo incómodo siguió a esas noches. Se fue metiendo el problema en todo, y Augusto ejercitaba la metáfora, la metonimia y figuras semejantes. Quizá su retórica incompleta le impidió dar con la respuesta. Las cosas se mezclaron, lo de Arriba y lo de Abajo. Acabó por celebrar sus misas como rito sin sentido, y por ver en simples albañiles a constructores del Reino.

Por fin se dio a buscar correspondencias entre los pueblos soñados, porque allí, tan sólo, habría posibles soluciones; pero hallaba sólo una: cualesquiera de los dos estaba solo en el mundo. Eran pueblos superiores y nadie los empardaba. Llegarían a ese estado tras esforzados intentos. Como aprendices, se entregarían a pulir para sí mismos aquello en lo que fallaban los otros. Es ancha la tierra y peligrosa, llena de tibios y mediocres de discursiva piedad y mentiroso altruismo. Los pueblos de Augusto, ambiciosos, no cejarían hasta hallar la perfección del maestro.

Para aprender cualquier oficio es menester sustraerse a los vaivenes de las cosas.

Si acaso, tiempo habría de abrir puertas y ventanas.

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