10 de abril de 2011

ME QUEDÉ MIRANDO



Me quedé mirando
cómo los lunares de luz
solar
sobre el follaje desparejo
revuelto acompasado por un movimiento del sur
se movían como jugando.

Desde la altura de un techo
desierto pero habitado de restos
inertes
yo me quedaba mirando
ese prodigio ordinario
como quien a las costas
del mundo conocido
entiende apenas
lo que siempre ha visto
y dispone el corazón
el corazón
para el vértigo de las revelaciones.

Ya no recuerdo quién
me hizo llegar hasta allí,
si había subido a buscar algo
o si pendiente del cielo buscaba colgarme
de algún pájaro
para irme con sus alas
más allá del poniente.

Desde esa altura irrisoria
vi a otros por la calle caminar
con la mirada caída sobre sus pasos descalzos.
A voces los llamé pero no oían
concentrados andaban para no tropezar con las piedras.
Yo oía pies que al unísono gemían
Llagados de larga marcha
Lamentos abrazados
sin cielos ni manchas de luz en las copas.

Me sentí solo, primero,
y después desamparado.
Yo estaba inquieto,
aquella tarde, aquel azul que gozaba,
no se volvía amargo,
sobre los caminantes ardía su belleza
a su dolor indiferente y a mi pena.

No hallé escaleras, ni sogas anudadas,
que me llevaran abajo entre los cuerpos doloridos.
Yo estaba quieto
en una altura irrisoria
como un terrón poroso
mientras llegaba la noche.

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