Una
primera novela puede impactarnos por diversos motivos: la novedad de su
temática, la novedad de su estructura, la potencia de su lengua, la “frescura”
(adjetivo que suele emplearse muy a la ligera), e incluso, la edad de su autor:
es demasiado joven, es demasiado viejo. El modelo aéreo impacta por
todas esas cosas, pero sobre todo por su radicalidad. Quiero desde ya prevenir
al lector acerca de esa otra palabra: no hablo de experimentos más o menos
felices, ni temáticos ni formales; sino de una radicalidad que se fundamenta en
el rigor. En tiempos de literatura más o menos desmañada, donde se busca el
impacto fácil, la “sinceridad” del “autor”, o la “limpidez” del lenguaje, El
modelo aéreo deja de lado todas esas premisas para concentrarse en un plan
de escritura controlada, en la obtención de un tono sostenido, en la
administración de indicios nunca transparentes.
Con pocos días de diferencia, un
Profesor y un Pintor mueren. Uno de ellos se suicidó. Al otro lo mataron. Son
muertes sin relevancia, son muertes comunes; y sin embargo producen efectos
sutiles en un universo menor; desde luego, el de los familiares (que la novela
elige no narrar); pero también el de
otros personajes, cuya relación con los fallecidos ha sido casi siempre
lateral. Allí hace foco El modelo aéreo. Una ex-amante, un sustituto, un
cliente, unos vecinos. Pero también personajes remotos, justificados simplemente porque el eco de
esas muertes los alcanza, y aunque no serían capaces de entender lo que esas
manifestaciones les señalan, resultan conmovedores en su leve desconcierto.
Y en el medio de todos ellos, o más
bien a través, Pavel, el único personaje que ha conocido a los dos, que está obsesionado con el aeromodelismo y
con un amor que no se decide a abrazar.
El modelo aéreo se estructura como una serie de postales urbanas, donde se
despliegan las aventuras menores de esas vidas menores. Todas las escenas están
rigurosamente construidas en un espacio único, enmarcados, fotográficos. La importancia
visual que tiene lo urbano en la novela es decisiva. Cada postal nos revela
espacios a la vez conocidos y extrañados, una ciudad melancólica e imprecisa,
quieta. La monotonía que la novela propone es menos un defecto que una virtud,
es como un largo solo de jazz, melancólico y refinado, con leves epifanías.
Hay enigma alrededor de esas
muertes, que es falsamente policial. El lector se vuelve un detective destinado
a fracasar, porque los indicios lo conducen hacia otro lado: la reconstrucción
imprecisa de las vidas que rodean el vacío dejado por el Pintor y el Profesor.
De manera que El modelo aéreo termina por llevarnos hacia un espacio
donde el avance de la intriga pierde su interés, y lo ganan esas vidas comunes,
llenas de episodios que, bajo la mirada irónica pero nunca cínica del narrador,
conforman un catálogo de miedos soportables y pequeñas obsesiones.
Con la atención puesta en la
fidelidad a un plan constructivo, Leonardo Sabbatella ha escrito una bella
novela, precisa y sólida. Un promisorio debut que anuncia, tal vez, sin
estridencia, un regreso de la literatura a la felicidad de la forma.
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