Se esconden, en algún lado, los recuerdos. A veces tienen
cuerpo, densidad. Es un anillo heredado, un libro perdido, una flor que no
obsequiamos. Entra el sol por la gran boca, pero no ayuda a nuestra búsqueda.
El sol se complace en tentar inútilmente con su claridad que no revela nada.
Mientras tanto, los ojos aprenden a no fiarse de la luz, a cerrarse y a pensar
que los recuerdos, si materiales o no, son tributarios de otras maneras de ver,
están atados a ellas, como afluentes de un gran río, invisibles como sutiles
hebras transparentes. A pescarlos, a eso vamos.
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