28 de octubre de 2014

La Divina Comedia

Hay libros que siempre estamos comenzando. No importa que los hayamos leído completos, la sensación que nos queda es la de haber apenas iniciado un camino. La Divina Comedia, creo, pertenece a esta categoría. Mi primer contacto con Dante no tiene fecha precisa; como nuestro primer contacto con dios o con el universo, son palabras que, cuando prestamos atención, ya estaban en nosotros. Pero sí recuerdo perfectamente mi primer contacto con un ejemplar de La Divina Comedia. Me lo prestó un profesor, porque yo me había quedado fascinado, por supuesto, con las ilustraciones de Doré (alguien deberá hablar alguna vez de la importancia de los ilustradores en nuestro ingreso a la literatura). Esa tarde, en casa, me apresté a leerlo. Tenía el entusiasmo a flor de piel. Como me ocurría con la palabra Dante, la Divina Comedia y su viaje monumental ya estaban en algún lugar de mí. Recuerdo que me encerré en mi cuarto (previsiblemente, eché a mi hermano, porque compartíamos la habitación), bajé las persianas y en una solemne penumbra me senté en el sillón de mimbre algo desvencijado que usaba mi abuela. Acaso ya tenía el wincofón y un asincrónico Vivaldi daba vueltas. Leí varias horas, atendiendo a cada una de las notas al pie, que a veces eran muy extensas. Doré me guiaba cuando me perdía en la selva oscura de aquella mente medieval. Al día siguiente tuve que devolver ese libro, pero ya había sido herido. Tuve varios ejemplares, luego. Ninguno me conformó del todo. No eran sólo las traducciones, que me complicaban la vida o el buen gusto, eran los libros en sí. Yo sentía que La Divina Comedia debía ser reproducida en un libro venerable, hecho con los mejores materiales; una edición que resguardara lo divino. Por supuesto, el tiempo me alejó de tanta solemnidad, y finalmente conseguí un ejemplar con el que me manejo bien. Una sola vez lo leí completo. Del paraíso, sólo conservo un hondo olvido. Pero volví al infierno una y otra vez. Siempre al infierno, que es el lugar más cálido, aunque Dante diga que es el frío lo que más asusta. Doré sabía también que estaba allí el material más plástico. Muchas veces pensé cómo “asir”, como “dar cuenta” de la totalidad de la Comedia. Pero siempre me encontré al principio, entrando por cualquier parte, perdiéndome entre tercetos. Igual que con un un cubo mágico, insisto. No es difícil, sólo sé que nunca acabaré de colocar en su sitio cada pieza. Y de hacerlo, me sentiría mal, porque lo que seduce está latiendo siempre bajo un velo. 

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