Una tarde estaba
escuchando la radio, no recuerdo ahora cuál, pero seguramente era
una FM (en esa época todavía la radio AM me parecía cosa de
adultos). Escuché una serie de brevísimos relatos extraños, uno
más que el otro. Me fascinaron por su insensatez, por su absurdo.
Pensé de inmediato en el Cortázar de Historias
de Cronopios y de Famas,
que había leído hacía poco. Pero aquello era mucho más radical.
El locutor (un personaje serio de esos que hablaban en las FMs de
pura música y que ahora, no sé por qué, pienso que era Julio
Lagos) dijo en un momento que había que ir a una pausa, y que
después “seguiremos disfrutando de los cuentos de El mago, de
Isidoro Blaisten, que acaba de reeditarse”. Recuerdo perfectamente
ese comentario y recuerdo también que después tuve que apagar la
radio, pero que el nombre de ese libro y su autor ya no se me
olvidarían. Y que lo primero que debía hacer era conseguirme un
ejemplar. No era simplemente que me hubieran gustado esos relatos; en
ese entonces yo estaba escribiendo un libro (uno de los varios que
escribí antes de terminar el secundario y que, para su bien y el del
lector, quedaron olvidados) formado por varias decenas de cuentos
breves, la mayoría de ellos en la línea de los cuentos de
Cronopios. Los textos de El mago tenían que avenirse a mis manoseos,
mis robos y mis subversiones. Conseguí el libro de Isidoro y lo leí
y se lo leí a todo el que podía. La mayoría de las veces, claro,
la respuesta era una forzada risita y una mirada de cierta
conmiseración. Qué lindo que el nene lea, pero, por supuesto,
podría leer cosas mejores. Por “mejores” debe entenderse
“edificantes”. Decididamente “La balada del boludo”,
“Melpómene y los tres mosqueteros”, “Era tan fino” o “El
amor” no pertenecían a esa categoría. Yo no me arredraba y seguía
con mi prédica de Isidoro, como si hubiera descubierto un
continente. Mi libro de relatos avanzaba y se volvía
incontrolablemente absurdo. Quiero decir: Milanesas rebeldes,
Agujeros en el aire, Soles derretidos, Cucarachas convertidas en
Gregorios, y así. Y El mago me acompañaba a todas partes, como la
palabra revelada, como el secreto de la alegría y de los
cuentos-juego. El sentido de muchos de esos relatos permaneció
oscuro para mí muchos años, y algunos aún hoy me siguen pareciendo
un misterio. Pero es el misterio de los objetos bellos que guardamos
con celo, aunque no sepamos qué son o para qué sirven, porque ponen
en marcha la imaginación sin cauce. A veces no sé si ese libro es
el mismo que compré, o si perdí el original y más tarde compré
otro, y el que tengo es su reemplazante o su doble. El mago es antes
que un libro un talismán. Ahora mismo, cuando escribo estas líneas,
miro y rebusco por la biblioteca y no lo encuentro. Ya aparecerá.
Cuando él quiera.
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