4 de marzo de 2015

Facundo


En el secundario lo único que leí de Facundo fue la Introducción y un par de capítulos. Confieso que fue una experiencia desconcertante, una avalancha de palabras, un flujo de oraciones largas como ríos, una potencia insólita. Entendí poco, pero me dejó temblando. Sucede con Sarmiento lo que a veces con Martí, que uno quiere agarrar un palo y salir a la calle a hacer una revolución. Aunque el cubano está más cerca de mis simpatías políticas, el Sarmiento de Facundo gana mi veneración estética e intelectual. Siempre pensé que “El padre del aula” es el verdadero inventor de la Argentina, su autor. Así, porque creo que los países se escriben antes que hacerse, como creyeron tal vez los creadores de Tlön.

Facundo es demasiado, es un texto megalómano como no volvió a escribirse en estas pampas. Es un libro que da miedo, en el sentido más puro del término, porque no sabemos, al recorrerlo, si estamos leyendo un libro sagrado, el panfleto de un mesiánico o simplemente asistimos al instante de la creación. En la escuela recuerdo haber leído fotocopias, pero pronto encontré una edición de Mis libros anotada, que aún conservo y que tiene mis marcas de muchas épocas; una de esas marcas grita “¡El tono!”. Martínez Estrada dice que si hubiéramos pensado la Argentina desde el Facundo y no desde Martín Fierro, éste sería acaso un país mejor. No lo sé. Lo cierto es que no dejo de lamentar que tan poca gente lo haya recorrido, que tan pocos “interpretadores de la patria” se permitan hablar como si no existiera ese libro prodigioso. Muchas veces he querido darlo siendo profesor, varias veces los he hecho; pero los resultados, me temo, no han sido alentadores. Y se trata menos de las dificultades que presenta la lectura que de una falta casi absoluta del sentido de la historia y, por ende, de la literatura en la historia que, por lo visto, no sabemos revelar. Pero más allá de esas desilusiones, Facundo es un libro para mí, que me hizo elegir la extensión de la llanura y la dejadez del gaucho; la pobreza de los ranchos y la melancolía del silencio como material de escritura. Que sea todo eso el objeto de la furia del autor, importa poco. Una vez una alumna me regaló un hermoso Facundo editado por el Consejo Superior de Educaciòn Católica. Con cariño me lo dedicó “Facundos hay muchos, profesores como usted, sólo uno”. Catolicismo y afectos. A Sarmiento hay que leerlo a contramano.

1 comentario:

LEONARDO E. FLORES dijo...

exceente entrada, gracias