Un día leemos Zama. Como sucede a
menudo, es por otros que llegamos a un libro particular. Saer fue
quien me llevó a Di Benedetto, que hasta entonces no había sido
para mí más que un nombre, vasto, de un autor fallecido al que tal
vez nunca leería. Sin embargo compré Zama (tuve la suerte de que
por esos días la editorial Adriana Hidalgo se pusiera a reeditar
toda la obra del mendocino) y no la leí de inmediato. O no completa,
de inmediato. Por supuesto, apenas la tuve entre las manos, la abrí
y leí el comienzo. No pude continuar. Hay libros que imponen un
extraño respeto desde el vamos, un respeto que no está en los
discursos sobre él, escasos o profusos, siempre sugestivos, en su
favor o en su contra. Desde la dedicatoria “A las víctimas de la
espera”, el año en que transcurre, 1790, y la primera oración
(“Salí de la ciudad, ribera abajo, al encuentro solitario del
barco que aguardaba, sin saber cuándo vendría”), con la escena
frente al río, donde el cadáver de un mono flota entre los pilotes
del muelle, mientras el agua lo mece y está “por irse y no”, el
comienzo de Zama, me pareció la epifanía de una perfección. Si
alguien era capaz de empezar un libro así, qué difícil sería
continuar. No pensé en mí, lector, sino en Di Benedetto, para
quien, imaginé, todas las dificultades habrían estado en mantener
ese vuelo, esa musicalidad enigmática sostenida en la frase,
minuciosa hasta la obsesión, toda la energía en hacer cantar esa
belleza aterradora . Y cualquiera que haya leído Zama sabrá que la
experiencia, al cabo de sus doscientas y tantas páginas, estremece
hasta dejarnos callados. Diego de Zama, el funcionario de la corona
española, asignado a un lugar de selva y calor y ríos inmensos,
espera lo que nunca llegará. No es necesario terminar la novela para
descubrirlo, porque sabemos, desde el principio, que será de esa
manera: es tan desoladora la imagen inicial que de allí en más todo
irá hacia otro lado, hacia el tiempo muerto de la espera, hacia los
fantasmas peligrosos que ese vacío engendrará.
Un día leemos Zama, y comprendemos que
si habíamos pensado escribir alguna vez una gran novela, estamos en
serias dificultades. Más allá de nuestras convicciones, más o
menos acordes con las modas, según las cuales ya no habrá obras
maestras, ni falta hace que existan, la lectura atenta de Zama nos
dejará posiblemente abatidos. No creemos en las obras perfectas y
sin embargo la novela de Di Benedetto nos hace bajar la vista. Cuando
la leí me deslumbró. Me deslumbró al releerla años después,
sentado frente al Paraná. La abro al azar y allí me quedo, porque
cualquier página es una lección de escritura. Zama es un libro tan
bueno que nunca se leerá como es debido, es decir mucho o
suficiente.
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