14 de marzo de 2016

Crónicas marcianas, de Ray Bradbury

En misiones la tierra es roja, como en marte. La última vez que estuve allí, hace más de veinte años, una prima me regaló Crónicas marcianas. La edición de Minotauro duplicaba los tonos rosados de la tarde y el suelo en que nos movíamos por esos días, y el calor sofocante, como en un planeta sin atmósfera. Pero la abundancia de verde desmentía esa evocación del desierto y nos devolvía al momento preciso en que aquella visita a parientes que uno no olvida pero tampoco ve, iba cimentándose como un mito personal, el viaje de un Odiseo adolescente, enamorado y arrogante con sus libros bajo el brazo. Enseguida comencé a leer esos relatos ubicados en lo que entonces era un futuro cercano y hoy es un pasado deslucido. Años dos mil, dos mil uno, dos mil tres. En el prólogo Borges advierte que esas fechas nos alertan, que nos desengañan acerca de carácter puramente imaginario del futuro: está siempre llegando, y pesa. Cada uno de los relatos que componen Crónicas marcianas es una pieza solitaria y enigmática, como un tótem en el medio de la nada, como el monolito de Kubrick. Claves de algo que no alcanzamos a conocer. Un grupo de expedicionarios muere a manos de sus muertos queridos; una pareja de ancianos mata de amor el recuerdo corporizado de una hija; un vendedor de panchos ve estallar sus anhelos cuando, en el cielo, la tierra explota. Sin embargo, esos cuentos, por su disposición, van conformando un relato más completo: una épica de la desesperanza. Vemos a los personajes desencantados del éxito de la humanidad, porque ese concepto, en otro tiempo tan sólido, se disuelve como una figura azul de arena marciana. Ningún “sueño de la humanidad” será el mío, me dije entonces. Toda persona se siente alguna vez como esos monolitos, como esos relatos amargos y hermosos, y nuestra conexión con los demás es una gravedad que nos acerca, una sintaxis de núcleos y lunas que nos mantiene flotando en el tiempo. Aquella vez mi prima me lo dedicó. No sé por qué, siento que en esas palabras decía “no te entiendo, y eso me entristece”. Y seguíamos girando en el vacío. Otros libros de Bradbury los he sentido pretenciosos, moralistas. Casi ningún cuento de Crónicas marcianas lo es. Sí son melancólicos, como los protagonistas de muchos relatos. El del muchacho que en las calles rojas de misiones se imaginó en Marte, igual de silencioso, igual de triste, es un ejemplo cabal.

1 comentario:

A dijo...

Buenas, soy nueva por tu blog y me encantó el post. SI quieres pásate por mi blog y hazme saber lo que piensas, besos! ~A.

aliceinthehat.blogspot.com.es