Nunca
dejó de llamarme la atención que Borges se muriera un día después
del día del escritor. Mucho más cuando el 13 de junio se recuerda
el nacimiento de Leopoldo Lugones, ese escritor al que Borges
hostigó, con verdadera pasión, hasta destronarlo para ocupar ese
lugar vacante. O acaso no fueron tan así las cosas. Lugones se había
convertido en un escritor institucional, una figura que llenaba
teatros, que pontificaba acerca de lo que era bueno o malo en
literatura, de lo que era bueno o malo en política, de lo que era
bueno o malo. La supuesta institucionalidad de Borges me parece menos
evidente. ¿Qué importa que su nombre haya quedado unido al orgullo
berreta del argentino medio, inculto por definición? ¿Qué importa
que ese mismo nombre haya eclipsado el de otros grandes escritores
del siglo XX argentino? ¿Qué importa que haya servido para que
escritores sin talento devengan apologistas y virtuales directores de
Bibliotecas Nacionales? ¿Qué importa que durante sus últimos años
haya abusado con alguna irresponsabilidad, como un chico encandilado,
de las entrevistas y las declaraciones? Nos quedan sus libros. Los
libros de Borges son hoy, pienso, más que nunca un tesoro para los
que leemos literatura, argentina y de cualquier otro lado. Su
“erudición” proverbial, su precisión conceptual, su léxico de
arcaísmos remozados, su rechazo del realismo, su internacionalismo,
su argentinidad, su sarcasmo, sus arideces, son hoy más valiosos que
en otras épocas. Entrar a Borges requiere un esfuerzo, una
predisposición a sortear dificultades, una atención de otros
tiempos, una aceptación de la relectura como consecuencia natural de
toda lectura literaria. Azarosa o enfáticamente, la literatura de
Lugones fue funcional al poder de turno. No así la de Borges, que
sigue escapándosele a mucha gente, mentores de su nombre pero jamás
lectores de sus libros. Yo, que he pregonado la “facilidad” de
leer sus cuentos, sus ensayos, que he elogiado su claridad, su
irrenunciable voluntad de no confundir al lector, hoy prefiero
rescatar su pedantería, su dificultad, su enciclopedismo, sus
extemporáneas pasiones filosóficas, su universo cerrado, que obliga
a leer más Borges para entender a Borges. No sé. Hoy se cumplen 30
años de su muerte. Habrá homenajes, exposiciones, recordatorios de
todo tipo. La escritura de Borges, sin embargo, nunca será para
todos. Me gusta eso.
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