13 de junio de 2016

Cubremanteles

En las escalinatas del Banco Provincia que está en Rivadavia y Acoyte, desde hace más de veinte años, un hombrecito, usualmente de riguroso saco y corbata, bigote recortado y anteojos, ofrece cubremanteles. Plásticos para poner sobre la mesa y que el mantel no se manche con restos de comida, que no se raye una madera delicada. “Para cubrir la mesa; para proteger el mantel”, Ciro repite la frase que, para quien la haya escuchado, es un cantito inconfundible. Tiene la voz algo gangosa, voz de viejo bajito. No importa que uno pase muchas veces, que pase todo el día por ahí, siempre quisiera escuchar el canturreo. Aunque lo habitual se hace invisible, no ocurre siempre igual. La voz de Ciro vendiendo sus cubremanteles actualiza esa vereda de la ciudad, la instala en el mundo. Hace algunos años, una asociación civil de Caballito, le otorgó un reconocimiento como personaje típico del barrio. Se lo puede ver en la foto, con su aspecto de vendedor ambulante (de cuando usaban trajes y derrochaban gestos y vocabulario ampuloso) que no ambula, porque, sentado en la escalinata del Banco Provincia, como en una tribuna, ofrece su monótono producto. Nunca vi a nadie comprarle. Uno a veces tiene la fantasía de que hay personas que son una fachada, en realidad, un subterfugio de la imaginación para mejorar o empeorar el entorno. Para mí Ciro hace más linda esa vereda atestada de transeúntes que se apuran y se desesperan por cruzar Acoyte.
Pero desde hace un tiempo Ciro no está. No se murió, no se hizo rico ni se fue a vivir a otro país. Desde que la policía desalojó a los manteros que copaban la vereda de Rivadavia, desde que llenó de “efectivos” las dos o tres cuadras para evitar que volvieran a instalarse, las escaleras de ingreso al Banco Provincia están vacías. Noté primero la ausencia de Ciro que la de los manteros; incluso la presencia siempre poco estimulante de los policías (que, igual, ya se fueron también) me llegó con delay. Pasaba por ahí como siempre y nadie clamó “Para cubrir la mesa; para proteger el mantel”. Lo primero que supuse era que se había enfermado; dos días después pensé que tal vez había muerto. Al tercer intento de explicación comprendí que habían considerado a Ciro un mantero más. El borramiento de los anónimos nos resulta indiferente sin un acto de la voluntad; sólo la pérdida de aquellos que conocemos espontáneamente nos impacta. Ciro no era un mantero más y todo el barrio lo sabía y lo sabía yo y ninguno pudo o quiso hacer nada para salir a decirlo, para explicárselo a los señores oficiales. Callado, como suele ocurrir con los que apenas tienen voz para vender cantando sus baratijas, el personaje típico de Caballito se sometió a los dictámenes de la fuerza y de la ley; él que estaba a la entrada de un Banco, de donde emanan la fuerza y la ley.
Pero hace unos días volví a verlo, un poco desorientado, a la vuelta, sentado en un banquito. “Para cubrir la mesa; para proteger el mantel”, cantaba de nuevo, “aproveche los cubremanteles”; no ha encontrado aún la justa resonancia que el nuevo sitio le impone. Me alegré. Pensé que, para desgracia de los indiferentes, de los que se alegraron de no ver mantas sobre la vereda (porque acaso nunca se fijaron en los manteros de carne y hueso) el que tiene que poner el cuerpo para ganar su sustento es, como la fruta silvestre, muy duro de pelar.

No hay comentarios: